El título de este texto ha sido inspirado en la mítica canción que todos los estudiantes de las Escuelas Pías conocemos, esa que siempre cantamos cada 25 Agosto en la Solemnidad de San José de Calasanz, aquél hombre.
Quizás uno de los más grandes sueños de Calasanz era poder educar y formar a los niños y jóvenes para que, después de aprender lo mejor de la Piedad y las Letras, salieran a la vida dispuestos a transformar a la sociedad y el mundo. Con profunda admiración y cariño, puedo decir que eso fue lo que paso en el Colegio Calasanz de Cúcuta en la primera semana de Agosto (agradable coincidencia, el mes escolapio por excelencia). Como egresado de las Escuelas del Sol, desde mi actual ámbito universitario he tratado de seguir fiel a la enseñanza calasancia e intentar transformar nuestra sociedad desde el ambiente más cercano. Así, cofundé y lidero el Proyecto Oigámonos, una iniciativa del Comité de Paz del Consejo Estudiantil de la Universidad de Los Andes, con el valioso respaldo y acompañamiento de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz y las Naciones Unidas.
Fotografía: Andrés Medina / Proyecto Oigámonos
En nuestra visita al Catatumbo (Norte de Santander) en los últimos días de julio, tuvimos la ocasión de facilitar a algunos estudiantes del Colegio Calasanz de Cúcuta que quisieran participar libre y voluntariamente, la oportunidad de hacer parte de nuestra actividad Una Carta por la Paz, en la cual los alumnos partícipes enviaban una carta personal de forma anónima a un miembro de las FARC que se encuentra en proceso de reincorporación a la vida civil y está viviendo en la Zona Veredal de Caño Indio (la única Zona Veredal ubicada en N. de Stder.), con el compromiso de que nosotros le traeríamos de vuelta la respuesta a su respectiva misiva. De esta forma, los estudiantes recibieron en la primera semana de Agosto sus respuestas, hechas de puño y letra por las personas a quienes les escribieron.
Fotografía: Andrés Medina / Proyecto Oigámonos
El primer paso para una Nueva Humanidad sin duda es poder escuchar la voz del otro, del que piensa distinto a mí, aquel con el que puedo no estar de acuerdo pero con quien sé que debo trabajar en conjunto para reconstruir este país. Por eso confieso que, al igual que los estudiantes que escribieron las cartas, siento que tuvimos una oportunidad única. Mientras crecía en la Colombia urbana, relativamente alejada de las inclemencias del conflicto, escuché hablar de las FARC como un ser impersonal, un Leviatán gigante que solo sembraba fuego y destrucción a su paso, llenando de terror y destruyendo todo cuanto tocaba. Soldados sin madre que marchaban a la guerra, como Mambrú, sin intenciones de regresar. ¡Qué fácil es hablar de la guerra cuando no se vive en carne propia! Y ¡qué fácil es hablar del conflicto en general, cuando ni siquiera hemos conocido al enemigo tan temido!
Por eso era importante para nosotros ser capaces de, como sociedad civil, dar un primer paso hacia la reconciliación, de hablar sin complejos y sin máscaras de todo lo que viene, de corazón a corazón, construyendo relaciones auténticas de confianza, porque la paz está en construcción y se encuentra lejos de estar terminada. Estoy seguro que encuentros mucho más emotivos que los intercambios de cartas (ejercicio precioso en sí mismos) se van a dar a diario el día de mañana. Muy probablemente no en Zonas Veredales, apartadas de la civilización en lugares recónditos del mundo, sino en la Colombia de todos los días. En las panaderías, en las cafeterías, en las calles, en el transporte público. Si este proceso de reincorporación a la vida civil continúa su curso y tiene éxito, muy pronto nos encontraremos con estas personas en el albor mismo de nuestras ciudades, en la esquina de nuestras casas. Y va a depender ahora de nosotros tener un corazón abierto a escuchar, un corazón que como decía Nelson Mandela: Comprenda que la valentía no es la ausencia de miedo, sino el coraje de conquistar esos temores, que es todo lo que se podría pedir para poder iniciar un diálogo sincero y sin tapujos, una conversación infinita que conduzca a nuestro ideal de nación.
Puede que esto haya sido solo un grano de arena más en una titánica misión que aparenta ser el cometido de toda una generación, por la amplitud y complejidad de sus objetivos. Sin embargo, cuando las respuestas escritas llegaron a los estudiantes, pudimos comprender que estábamos un paso, un escalón, un peldaño más cerca de mi Colombia, tu Colombia, nuestra Colombia
el país de nuestros sueños. Si Calasanz pudiera vernos hoy, especialmente en esta ocasión tan especial para la Orden Religiosa de las Escuelas Pías y toda la familia calasancia, como es el Jubileo que conmemora los 400 años del inicio de esta revolución cultural basada en la educación (que seguro que lo hace con ese amor paternal que siempre tuvo a sus Escuelas y a sus estudiantes), creo que estaría muy orgulloso de ver lo que hemos hecho y lo que estamos haciendo.
Querido Calasanz, estamos construyendo en Colombia, esa Nueva Humanidad con la que siempre soñaste, para Gloria de Dios y Utilidad del Prójimo.
Carlos Fernando Beltrán Alarcón
Bachiller calasancio del año 2015